martes, agosto 08, 2006

"El filtro del abúlico"

Por Facundo GV


En la contratapa del libro, Molina parece menos rubio de lo que es, algo que debe haber colaborado con la dificultad que tuve para re­conocerlo en la presentación del libro; a decir verdad, tam­bién cola­boró estar detrás de la única columna de Bartolomeo.


La tapa del libro de Molina dice que es de cuentos; cuando uno em­pieza a ver que los personajes se repiten en los diversos cuentos, que uno podría leerlo como cuatro historias de Elige tu propia aven­tura reunidas en un mismo libro, que los finales de los cuentos suelen ser arbitrarios –que podrían terminar en cualquier otro lado– y que el sentido no se estanca en un cuento y perece ahí, sino que fluye a lo largo de todos los cuentos, como una especie de destino ineludible y genérico de los personajes de Molina, a uno también le cuesta reco­nocer que la tapa dice algo relativamente fiel a lo que ocurre dentro.

“Antes, durante y luego de la sobremesa, dentro y fuera de La Fa­rola, los grupos van intercambiando sus integrantes y repitiendo los temas: estudios, trabajos, noviazgos, política, proyectos, separacio­nes, mudanzas...”

La cotidianidad del abúlico:

Los personajes de Molina no hacen nada; en realidad, sí lo hacen pero parece que no porque a ellos les parece que no hacen nada; se levantan tarde y caminan o se levantan temprano y trabajan, se to­man colectivos para trazar la geografía de la UCR y del PJ entrela­zados en la ciudad o se toman colectivos para ir a Metrópoli o para justificar paralelismos con lo que están leyendo; piden comida o hacen la comida ellos mismos, pero siempre como un ritual, como si atrás de esa abulia de la repetición se escondiera algo.

A veces, el truco de Los estantes vacíos pareciera esconderse justa­mente en eso; en tratar de sugerir que algo ocurre detrás de lo abú­lico, detrás de la rutina.

La seducción del abúlico:

Pedro Mairal decía en la presentación que Molina era pudoroso y que por eso no había escenas de sexo; Cucurto se reía (¿Era Cucurto? ¿Existe Cucurto?) cuando Mairal decía eso, como un chico se ríe mientras busca “culo” en el diccionario.

No sé si es ese el tema; Molina parece estar más cómodo seduciendo, mostrando un poco, pero sin desnudarse; plantando la duda de si efectivamente pasó lo que parece que pasó. No es que no hacen nada los personajes; pónganle “Jornadas Literarias”; ahí, el protago­nista vive una historia clandestina con Juliana, una vecina de la habita­ción donde vive, que es mucama, ve telenovelas y está enamo­rada de un bajista de un grupo tropical, y él tiene que ocultar eso a su no­via. Sin embargo, Molina opta por contar no eso, sino por ro­dear a eso de la vida cotidiana de un bibliotecario de barrio. ¿Por qué, Molina, por qué? Bueno, capaz porque después del funeral de aquellos a quienes amamos, tenemos que decidir si nos matamos o si nos ba­ñamos y nos volvemos a tomar un colectivo.

La moral del abúlico:

Tengo la sensación de que yo soy abúlico; pero de lo que estoy se­guro es que cuando me junto con personas abúlicas, me contagio. Por ejemplo, uno puede pasar treinta minutos con estas personas tratando de decidir si salir o no, estableciendo todas las consecuen­cias posibles de hacerlo o no hacerlo; cuando uno se pone la cam­pera, después de convencerlos de que al menos habría que ir a ver si hay un kiosco donde vendan birra, uno tiene que soportar que cuenten cuatro o cinco veces las cuadras de diferencia que hay entre dos kioscos equidistantes; cuando uno llega al kiosco, está cerrado, ya no hay más birra y el abúlico comienza a arrepentirse o a echar­nos la culpa de todo.

Los personajes de Molina tienen justamente eso; elegir una mesa en un restaurante viendo al mozo cerca los pone en una situación bajo presión; tener que cocinar como única actividad del día los estresa; cualquier decisión que los arranque de su fluir manso y nulo les ge­nera, sino un conflicto moral grave, un conflicto.

El opio del abúlico:

El cuento en el que Molina logra hacer todo lo anterior de la mejor forma es “El opio de los pueblos", porque, en definitiva, ahí es donde puede rodear al protagonista de historias ajenas, de historias que lo rodean y que parecen sugerir más cosas de las que él puede generar por sí sólo (en realidad, el protagonista no genera ninguna). Es un poco como el capítulo de Seinfeld donde George y Jerry quie­ren vender el guión a la tele y George dice que “the show is about nothing”. Seinfeld es, en definitiva, un show sobre nada porque los personajes centrales no hacen nada, sólo esperan que algo exterior les ocurra y desatar sus obsesiones.

“Yo no había ido al departamento a nada en especial, sólo a pasar algunas horas escuchando música o mirando televisión, y cuando él me preguntó qué hacía tuve que inventar una excusa: buscaba la cinta de embalar para tapar las rajaduras de mi ventana.”