miércoles, enero 03, 2007

"Una ternura extrañada"

(Para la revista Maxim)

Por Federico Levín


IGNACIO MOLINA

¿Quién es?
Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (2006). Administra el blog unidadfuncional.blogspot.com

Es bahiense y tiene treinta, ¿lo conoce a Ginóbili?
Por supuesto. Hasta jugó un partido contra él. Pero eso no viene al caso.

¿Salieron un par de reseñas de su libro, este año?
Por todos lados. Sorpresivamente Los estantes vacíos, un libro de cuentos de un autor hasta entonces inédito, tuvo una presencia llamativa en diarios, revistas e Internet en general.

¿Cómo escribe?
Tanto en el libro como en su blog (en el caso de Molina el blog es un pilar de su escritura) se ve su estilo personal, reconocible: una mirada profunda sobre la realidad, una atención casi enfermiza a los detalles y una ternura extrañada ante las cosas del humano. Para todo esto, le queda muy bien el formato del texto breve. Así lo piensa él: “No soy un militante acérrimo a favor del género, pero creo que un buen cuento contiene una tensión narrativa difícil de alcanzar en una novela. De todas maneras, muchos de mis relatos no obedecen a la estructura del cuento tradicional, son más bien como novelas en miniatura, o novelas llevadas a su mínima expresión”.

Tiene un ritmo cansino, en el que parece que no va a pasar nada, pero se siente que algo esconde. Las tramas son sutiles y no tienen golpes de efecto; no intenta llamarte la atención de entrada ni agarrarte para que no te vayas, lo que hace que algunos crean que a los personajes de Molina 'nunca les pasa nada'. Error. Molina pinta amablemente unos cuadros, un poco intrigantes, un poco cómicos, y te pide que te quedes si tenés ganas. A los personajes les pasan muchas cosas, pero él no va a andar diciéndolo a la vista de todos.

¿Y los cuentos del libro?
Los cuentos de Los estantes vacíos suceden Buenos Aires. Los personajes se mueven por la ciudad, se pierden, se buscan, se cruzan entre ellos y siguen sin conocerse, como si la misma Buenos Aires los moviera con sus manitos transparentes. Son casi todos jóvenes, todos son captados realizando pequeñas acciones, nunca nada trascendente: parecen poco importantes hasta para ellos mismos, y siempre un poco incómodos, como vestidos con trajes demasiado apretados. Una sensación que a cualquiera podría sonarle conocida.
Eso es lo impresionante del libro debut de Molina: cómo de a poco, mientras uno lee sintiendo pena por esos personajes, ellos se van haciendo cada vez menos visibles, menos importantes, y más parecidos al lector.

Para leer escuchando: Flopa Manza Minimal
Y bebiendo: Gin Tonic

martes, enero 02, 2007

Entrevista

Lucas Funes Oliveira entrevista a Ignacio Molina

"Crónicas de lo cotidiano"

(Publicado en Desordenar)

Por Mariano Cúparo

Héctor Abad, periodista y escritor colombiano, se plantea: "A menudo, los periodistas nos quejamos de que la gente lee menos diarios: ¿no será –al menos una de las causas– que nos hemos olvidado de contar las historias más simples y, a la vez, las que más nos obsesionan?"
Y se responde:"Una comunicación que tenga como objetivo el saber un poco más del otro –y de nosotros mismos– no puede obviar la riqueza de lo cotidiano. Debe detectar las mejores historias que se escuchan en las calles, ampliarlas y brindarles un marco de debate, una mayor presencia."


La literatura de Ignacio Molina podría venir a llenar ese espacio. Su libro, Los estantes vacíos, contiene 15 crónicas (en realidad, cuentos) de lo cotidiano.

Sus personajes viven en Buenos Aires; trabajan; van a la cancha con su papá y comen un choripán; desean una gaseosa de esas que aparecen en la publicidad con gotas chorreando; duermen de día; se avergüenzan cuando quedan pagando tras seguir a un grupo de amigas, bajo la creencia de que van a sentarse a una mesa, y éstas terminan metiéndose en el baño de mujeres; los atormenta el no atreverse a mirar a la cara a un empleado de la oficina de correo, porque hace unas semanas se llevaron sin querer y por error un vuelto extra; se gustan pero no se enamoran; se quedan en stand by al enterarse de la muerte de una tía de Olavarría. Todo eso y algo más, mezclado y distribuido en varios relatos, sin nudo, principio ni final.

Si las crónicas de Molina no cuentan grandes historias de suspenso, tragedias, pasión, alegrías desmedidas y melodramas, es porque en la Buenos Aires promedio no ocurren grandes historias de tales características. De ellas se encarga el diario.

La alienación, la desidia y la soledad (aunque él no las mencione, ya que sus narradores siempre buscan la objetividad; son testigos fieles y no jueces ni fiscales), algunas de las cuestiones que más nos obsesionan, sí aparecen contadas en Los estantes vacíos. Y para esto, aunque Abad no lo diga, tal vez no haya nada más efectivo que la literatura.

La verosimilitud de los cuentos de Molina está en la calidad de los detalles. Ningún narrador que esté inventando una historia puede describir tan bien los rasgos secundarios de cada una de las situaciones que la componen.

Eso, la certeza de que lo que se cuenta con toda inocencia es un reflejo de la realidad y la narración agradable (al fin y al cabo, como en Carver y en Chéjov, ese es el único modo de sostener a un cuento que no cae en el melodrama ni en el suspenso) son los factores que lo hacen un libro interesante que se lee en pocos días y de corrido, como si fuese una novela.